Vecinas
de la parroquia comparten sus recuerdos
Miembros
del club La Bendición de Vivir
comparten algunas de sus anécdotas, mostrando el lado humano y cariñoso de
aquellas personas que, día a día, trabajan por el mejoramiento de su
comunidad
Neyda Urbáez
Durante la celebración del
8vo aniversario del club La Bendición de
Vivir, grupo pionero en iniciativas de ayuda a la comunidad, sus miembros
decidieron compartir algunas de las experiencias más significativas que han
vivido a lo largo de todos sus años en La Pastora, con lo cual, además de
mostrar un lado más humano de la parroquia, y de quienes trabajan en pro del
beneficio común, reafirmaron que “recordar es vivir”.
Santiaga Morillo es una
mujer de 83 años, quien creció en La Pastora y crió a sus hijos ahí, al igual
que a algunos de sus nietos y de sus actuales 22 bisnietos. En parroquias como
esta, que aún conserva sus calles estrechas y sus casas, propias del estilo
colonial, Santiaga, mejor conocida como “Santi”, no es solamente una vecina
sino que es familia, según comentan sus amigas miembros del club.
En esta comunidad no faltan
las anécdotas. Helena Millán, cronista de la parroquia, comentó que, cuando
ella era joven, su padre y algunos de sus amigos eran muy “serenateros”, y que
una noche al regresar de dar una serenata vieron a “La Llorona” (esa mujer
cadavérica que forma parte de nuestra tradición oral) cerca de una quebrada,
razón por la cual existe una quebrada en Sabana del Blanco a la que llaman
“Quebrada La Llorona”.
Mayelín Vásquez, doctora
cubana que si bien no es miembro del club se siente muy cercana a él, confiesa
que ella no esperaba encontrar el amor cuando llegó a Venezuela en el 2007,
pero que, contra todo pronóstico, se enamoró. René Mejías, esposo de la
doctora, formaba parte del programa de salud de la parroquia. Fue de esta
manera como se conocieron, y “como él consiguió que ella se enamorara”.
Lucía Trujillo también
conoció el amor La Pastora, pero fue a la edad de 67 años cuando terminó
“dándole el sí” a su enamorado de toda la vida, a quien cuidó y apoyó durante
los últimos días de su vida. “Para eso estamos –dijo Lucía –para dar cariño y,
sobre todo, para vivir. No importa a qué edad lo hagas”.
Estas mujeres coinciden en
que todo lo que han vivido la parroquia es lo que les hace quererla de la
manera como lo hacen, y sentirse en familia cuando se encuentran entre vecinos.
Es ese cariño lo que les impulsa a trabajar por la comunidad.
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